Un lento pero eficiente sistema de trenes enlaza las mayores ciudades del norte y el sur de Tailandia. Por ejemplo: de Bangkok a Chiang Mai tarda unas 12 horas. Los trenes locales normalmente tienen 3 clases pero en los viajes más largos es posible comprar un billete que en España denominaríamos tren-cama.
- Sillón tumbona. Un sillón forrado de plástico verde oscuro que se incorpora cómo los de un autobús normal pero bastante más incómodo.
- Sillón recto. Es de madera, un poquitín acolchado para mejorar la comodidad pero no se inclina. El respaldo y la silla hacen un ángulo de 90º en el cual te espabilas para encontrar la posición.
- Simplemente en el suelo o de pie, cómo prefieras. No lo recomiendo para viajes largos. No hay espacio en el suelo ni para uno estar de pie. Si tienes suerte y hay alguna butaca libre puedes colarte.
En todo este tiempo ya hemos podido utilizar casi todos los medios de transporte del país exceptuando el tren, así que escogemos la línea que va de Chumphon a Bangkok para la experiencia. El taquillero nos muestra el listado de clases y envueltos por la emoción y la ignorancia de la distribución de los vagones escogemos dormir en el suelo. “Lo siento señores, esta clase está agotada, tendrán que coger el sillón recto cómo opción más barata” Nos dice el taquillero con su acento tailandés.
Nos encontramos muy tranquilos, nos han hablado muy bien del tren aunque los dos últimos que hemos visto pasar nos han hecho dudar un poco de la opción escogida. El sillón, parece demasiado recto en un espacio demasiado pequeño. Desconfiando de lo que nos pueda tocar, Ángel decide cambiar el billete por el vagón-cama.
Llega la hora de marcharse , despacito formando una cola ordenada nos subimos al tren. A los dos escalones un fuerte olor nos para la respiración. Es el lavabo, bueno si se le puede llamar así porque éste se basa en un agujero en el suelo en el cual ves las vías del tren. Al entrar el revisor mira los tickets y nos coloca en nuestros respectivos sillones ya ocupados anteriormente por un muchacho que debía viajar de pie. Con la mirada perdida se levanta en busca de alguna otra butaca vacía. Va a ser tarea difícil, todo el vagón está abarrotado de espacios de dos sillones uno en frente el otro en los cuales caben 4 personas. Son todos igualmente acolchados con un plástico de color verde pero hay unos que son unos 25cm más pequeños. Me figuro que es cuestión de suerte que te toque el uno o el otro. A nosotros nos ha tocado el pequeño y por si fuera poco justo al lado del lavabo.
El tren se pone en marcha poco a poco y empezamos a notar el aire colarse por las ventanas. La mayoría están abiertas y la corriente es fría y húmeda de esas que calan en los huesos. Tardamos una hora en empezar a sacar jerséis, pareos, toallas y todo lo que tenemos a mano para envolvernos y recuperar el calor en el cuerpo. “¡Madre mía que frío!” Llevamos ya más de un año viviendo en el verano y nos sentimos incómodos en los lugares que bajan de los 20º centígrados.
A las 4 horas de viaje nos despertamos debido al dolor de espalda y el bebé que llora sin cesar dos butacas más adelante. Sin hacer ruido intentando no despertar los dos militares que cabecean delante nuestro me levanto a dar una vuelta por los vagones. Todo esta repleto y cuando digo todo me refiero también al suelo. Los tailandeses con sus cortos y delgados brazos y piernas se meten en cualquier lado. Cabezas apoyadas en hombros de desconocidos, madres durmiendo debajo las butacas y bebés encima el sillón. No hay espacio vacío y todos intentan encontrar la mejor posición para poder descansar durante el largo viaje. Éramos los únicos turistas en tres vagones y al ver semejante panorama se me escapó una sonrisilla graciosa. Creo que tiene que ver con la cultura; supongamos que en vez de tailandeses los vagones estuvieran llenos de ingleses: me imagino un montón de personas sentadas correctamente en la butaca partiéndose la nuca y el trasero en dormir sin tocar a nadie y mucho menos tumbarse en el suelo o realizar posturas extrañas. En cambio estos vagones se veían completamente revueltos de cabezas, piernas y brazos en posiciones extravagantes balanceándose al ritmo de la velocidad del tren. Siento no haber hecho una foto del momento y poder enseñároslo en una imagen, pero sí, a pesar del sillón y las nueve horas que estuvimos luchando por descansar, la experiencia de viajar en tren fue maravillosa.
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